EL CENTAURO Tótem mitológico, historia y significado

LA UNIVERSALIDAD DEL SÍMBOLO

Más allá de épocas históricas y diferentes culturas, los símbolos son conceptos universales que nos acercan a la comprensión de los principios básicos de la existencia.
Por tanto, el estudio del Simbolismo en la Tradición en ningún caso puede, abordarse con la visión subjetiva y personalizada de un grupo social concreto. Los símbolos pertenecen a la memoria y la cultura comunes a todos los seres humanos.
Investigadores de todos los tiempos, y de todas las disciplinas, han interpretado los símbolos universales, adoptando signos de representación adecuados a su entorno cultural. El uso de una imagen, una idea o un objeto les han ayudado a identificar los símbolos a través de conceptos arraigados en su propia historia. En otras ocasiones los estudiosos han utilizado formas de expresión ajenas a su grupo de origen, creando ideas innovadoras en su entorno y enriqueciendo la percepción de los símbolos.


Así, cuando nos ejercitamos en la identificación de los símbolos, cuando buscamos su expresión contemporánea, nuestra capacidad de aprendizaje sobre el hecho cultural y social en el que vivimos, necesariamente, aumenta. Es entonces cuando los astrólogos sintonizamos con las necesidades reales de nuestra sociedad, y por lo tanto somos más útiles.
El trabajo que a continuación se expone es un ejemplo práctico sobre la búsqueda de los signos contemporáneos que identifican el concepto de La Utopía.

Vídeo Clase del CENTAURO como Tótem MITOLOGICO:

EL SUEÑO DE LOS HOMBRES, UN VIAJE A LA UTOPÍA

EL CENTAURO

LA TIERRA INTERMEDIA

Volver a las fuentes no significa necesariamente volver al pasado. Encontrar la esencia que identifica a una colectividad es un viaje apasionante.
En este caso, utilizando El Centauro, uno de los símbolos mediterráneos por excelencia, nos encontrarnos con el Elemento Fuego en su aspecto más mental y transformador de la realidad: El Centauro de Sagitario, símbolo de la pasión por vivir, el sueño de la Utopía en la mente de los hombres.
Comencemos nuestro viaje en Hispania, la Península que cierra el Mar Mediterráneo. Cuyo signo es Sagitario. Somos los países del Occidente, La Tierra Intermedia. ¿Pero intermedia entre qué y qué?:

Intermedia entre Europa y África, entre Europa y América, entre la Tierra Firme y el Océano. Intermedia entre el Norte y el Sur. Los habitantes de la Península Ibérica somos los mediterráneos del occidente y, como el Centauro de Sagitario, también estamos formados por dos mitades de naturalezas tan diferentes y sin embargo tan interrelacionadas entre sí, que necesariamente hemos tenido que desarrollar una forma muy propia de pensamiento y actitud ante la vida.
Sin utopías no podríamos sobrevivir. De hecho la utopía nos ayuda a superar cada obstáculo de nuestro camino, pensando que los tiempos mejores en que demos la espalda a nuestros problemas están ahí, a la vuelta de la esquina. Y este pensamiento optimista tiene la virtud de desmoronar los obstáculos. Soñar que vendrán tiempos mejores puede parecer, la mayoría de las veces, una insensata manera de no aceptar la realidad.
Pero sueño insensato o no, el caso es que si alguna probabilidad tienen los humanos de obtener resultados positivos en nuestras vidas, o primero estamos convencidos de nuestro sueño, o no lo conseguiremos nunca. Así que, démosle a la Utopía el valor que se merece entre las grandes capacidades humanas de gestionar el futuro y encontrar el entusiasmo necesario para llevar nuestras intenciones a buen puerto.

ZEUS LLEGA AL PODER

A fin de poder analizar la esencia del Símbolo Sagitariano, es necesario separar la figura de Júpiter, regente del signo de Sagitario, de la figura del Centauro.
En este, como en tantos otros casos, el mito griego del Padre Zeus, rey supremo del Olimpo, responde con más exactitud a la imagen y al concepto que nos ocupa que el mito romano del dios Júpiter. Y aunque es más conocido por este nombre, la normativa oficial romana sobre el dios no es tan convincente como la clara imagen de cualidades que aporta el mito griego: Zeus Olímpico.
Zeus es el tercer hijo varón de Cronos, que estaba casado con Rea, diosa a la que estaba consagrado el roble. Por otra parte, el roble es el árbol del séptimo mes lunar en las tradiciones celtas de las costas del Atlántico Norte y está emparentado, por sus cualidades, con el dios del rayo, es decir con Zeus-Júpiter.
Rea, esposa del rey Cronos, tiene bastantes hijos con él, pero Cronos no está satisfecho de su fertilidad, ya que, Urano y la Madre Tierra le habían profetizado que alguno de entre sus hijos le destronaría, así que cada vez que Rea paría un hijo, Cronos se lo tragaba inmediatamente, sin diferenciar entre hombres y mujeres.
Cronos había engendrado inicialmente tres hijas, Hestia, Demeter y Hera, y más tarde dos varones, Hades y Poseidón, a los que devoró sin dilación después de su nacimiento.
Cuando Rea quedó de nuevo encinta de Cronos para parir a Zeus, la reina estaba dispuesta a terminar con esta carnívora rutina de su sagrado esposo, urdiendo secretamente un plan para proteger y salvar al nuevo hijo, lo que no hizo con el resto de sus hijos anteriores.
Rea da a luz a Zeus y, sin perder tiempo, inmediatamente se lo entrega a su madre, la Madre Tierra. Con este encargo pone al niño bajo la custodia de la ninfa del fresno y, todas estas mujeres confabuladas lo guardan en las cuevas y en las montañas en una cuna de oro que colgaba de un árbol, de manera que no estaba “ni en la tierra, ni en el cielo, ni en el mar”, como había sido profetizado, para que Cronos no pudiera localizar al recién nacido en ningún rincón del Universo.
Perfectamente escondido el niño lloraba a gritos (ya tan pequeño), de manera que los Cureter, hermanos de Zeus por tener la misma madre, cuidaban de su seguridad haciendo ruido con los escudos para semejar el trueno y que su amenazante padre Cronos no pudiera oírle.




Mientras tanto, Rea continuaba con su engaño. Entregó a Cronos una piedra envuelta en un paño, presentándola como si se tratara del hijo recién nacido. La respuesta no se dejó esperar y, por supuesto, Cronos se la tragó de un bocado.
Así que Zeus, desde el comienzo tuvo suerte, salvó la vida, resistió, creció y fue cuidado milagrosamente por todos los que están cerca de él, consiguiendo eludir a su padre, aceptando con pasión el riesgo de vivir. Pero el tiempo pasaba y el niño sagrado preparaba su futuro, de manera que al llegar a la edad núbil, sintiéndose fuerte, decide ir en busca del padre.
Se alejó de las montañas que lo guardaron y fue a pedir consejo a Metis sobre lo que debía hacer. Ella le incitó a pedir ayuda a Rea, su madre, y Zeus asumió el consejo.
Cuando llegó a palacio, se presentó ante Rea, pidiéndole que le ayudara a entrar al servicio del Rey. Como Cronos no le reconocía, le aceptó sin sospechas y fue nombrado copero real. Su objetivo era servir a Cronos la pócima con hidromiel que le había proporcionado Metis para provocarle el vómito. Y así Zeus entregó a su padre la copa de la intriga y, tras la reacción de la pócima, el rey comenzó a vomitar espectacularmente:

Primero escupió la piedra que sustituyó al propio niño Zeus, luego salieron, por este orden, Hera, Hades y Poseidón, Hestia y Demeter.
Todos ellos, triunfantes y agradecidos, nombraron a Zeus su paladín, poniendo sus cualidades a su servicio. Por primera vez Zeus-Júpiter manifestaba el liderazgo profetizado. Inmediatamente se planteó la guerra contra Cronos con el objetivo de destronar al anciano y cruel rey y Zeus la dirigió.
Se formaron los ejércitos combatientes. Los Titanes luchaban con Cronos, recordando que éste había sido un Titán antes que rey. Los Cíclopes y los Gigantes de las cien manos, que habían sido liberados del Tártaro por el propio Zeus, junto a los hermanos del dios, lucharon contra el Rey y, todos juntos, vencieron a los Titanes. En terrible escarmiento, el Titán Atlante fue severamente castigado como jefe de los vencidos.
La victoria de los rebeldes fue total y la libertad conquistada impulsó a los Cíclopes a realizar un generoso regalo a los tres dioses. Así Zeus recibió el rayo, Hades, el casco de oscuridad y a Poseidón le entregaron el tridente.
Una vez vencidos los Titanes, los tres hermanos dioses, señores de los tres mundos, fortalecidos con sus poderosas armas, tomaron rumbo al palacio de Cronos, último refugio del Rey Cronos. Y es allí donde Hades desarmó a su padre portando el casco de oscuridad. Poseidón se enfrentó al rey con el tridente, pero tan sólo era una maniobra disuasoria, ya que el ejecutor fue nuevamente Zeus que lo fulminó con el rayo. El poder había sido arrebatado de las manos de Cronos y los ejércitos de dioses y semidioses proclamaban Rey a Zeus. La guerra había terminado.
A partir de ese momento apareció una nueva estructura en la jerarquía sagrada. Zeus era el indiscutible rey del Olimpo. No solo dominaba el rayo, sino que regía los caminos cósmicos de la evolución de los planetas y marcaba las leyes universales.
Este es el relato de la larga historia del Rey del Olimpo, Padre de todos los dioses, al que más tarde se atribuirán mil y una leyendas, a cuál más extravagante y escandalosa.
Su madre, que lo conocía bien, sabía que era un ser lujurioso y le prohibió casarse, pero el hijo no respetó su deseo y, como respuesta, Zeus la amenazó con violarla. Rea, indignada, no aceptó su osadía y se transformó en una serpiente amenazadora, pero él, a su vez, se transformó en una serpiente macho y consumó la violación, cumpliendo su amenaza. A partir de ese momento Zeus Olímpico violó a todas las mujeres, ninfas y diosas que fue encontrando en su camino, adoptando cualquier forma, aspecto humano, animal u objeto que le fuera de utilidad.
El gusto de Zeus por los disfraces le permitía pasar desapercibido, ocultando sus fogosas intenciones de seducción, protegiendo de forma indirecta a su víctima. Este fue el caso de una de sus amantes, Semele una mujer mortal con la que convivía desde hacía seis meses, tiempo transcurrido desde que la dejó encinta. Zeus había tomado la forma de un campesino para seducir a Semele sin turbar su espíritu y bajo esta apariencia vivía con ella. Pero Hera, su esposa, que había sido informada de esta situación, introdujo la curiosidad en la mente de Semele, a la que incitó para pedir a su amante campesino que se manifieste en toda su magnitud, y El se negó. La mujer insistió y El se negó de nuevo. Por desagracia para ella, Semele, volvió a insistir a su amante, consiguiendo que Zeus entrara en cólera y se expresara en todo su poder, con el rayo, fulminándola. De esta manera, Semele quedó quemada en el acto.
Los humanos aprendieron entonces algo fundamental del dios: no hay que provocar su cólera, ya que si se llega a esa situación el dios podría expresarse en todo su esplendor, es decir, en su esencia, el rayo, y fulminarlos. El deseo de llegar al conocimiento total, representado por Zeus, es capaz de abrasar nuestra naturaleza. La búsqueda de la verdad absoluta, de la utopía, puede calcinarnos. El que se arriesgue en esta aventura debe medir bien lo que arriesga.

EL ROBLE Y EL FRESNO

En el alfabeto celta del Ogham se encuentra el árbol del roble. Roble en gaélico se pronuncia «Duir», raíz de la palabra inglesa «Door», que significa puerta. Antiguamente en Inglaterra y Gales las puertas de las casas se construían con madera de roble por tratarse de una madera extremadamente dura y poderosa.
Pero hay un doble sentido en esta imagen, la palabra puerta es la palabra que separa el adentro y el afuera, es la frontera entre dos cosas distintas. El roble es el árbol del mes central del calendario lunar celta, frontera entre la primera mitad y la segunda mitad del año. El roble era considerado por los celtas el rey del bosque, él más fuerte de los árboles, era representado por el rayo, expresando con su imagen su fortaleza, ya que sabe resistir su impacto y retoñar con la primavera.
El roble es capaz de sobrevivirnos, no años, sino siglos, generación tras generación. Las hogueras de la fiesta del solsticio de verano se hacían con madera de roble. Es el árbol que mejor identifica a Zeus.
El roble también estaba dedicado al dios Jano, el de la doble cara. No el dios mediterráneo, sino el gaélico dios In, también de doble cara, que con la conquista de las Islas Británicas por Roma, se transforma en el dios Jano, arrebatándole sus santuarios a In.
Y hablando del fresno o Nuim, también incluido en el Ogham y consagrado al quinto mes lunar del calendario celta, encontramos que su simbología añade contenido a la historia sobre la crianza de Zeus.
Cuando la Madre Tierra aceptó proteger al niño que Rea le entregaba para salvarlo de la ira de Cronos, las dos diosas estuvieron de acuerdo en dejar el recién nacido bajo los cuidados a la ninfa del fresno y ésta colgó la cuna de las ramas del árbol.
El fresno, entre los celtas de las costas atlánticas europeas, representaba los tres círculos de la vida: pasado, presente y futuro. Pero también representaba a los tres mundos: el inferior, la tierra y el cielo. El fresno era el encargado de poner en contacto los tres niveles de la existencia, representada por tres círculos concéntricos, de forma que desde cualquiera de ellos se podía, por semejanza, conocer los otros.
Punto de contacto entre las leyes del microcosmos y el macrocosmos, lo que es arriba es abajo, la cuna donde se criaba Zeus estaba colgada del fresno.”Ni en la tierra, ni en el cielo, ni en el mar”. Él era quien, más tarde, gobernaría las leyes universales del mundo, el inframundo y el mar.

SAGITARIO

Todo lo dicho sobre Zeus, remitiéndonos al signo de Sagitario, representa una de las facetas de este signo zodiacal que he dado en denominar de “la Gran Resistencia”, del liderazgo por definición, del control de las leyes cósmicas, pero fundamentalmente de la capacidad de resistir ante las dificultades, confiando en el futuro.
Dicen que el roble tiene tantas ramas como raíces, siendo igual de poderoso arriba y abajo. Todas estas cualidades sumadas a la cualidad luminosa que aporta el rayo, entregan a este símbolo el tremendo poder transformador de la realidad que lo caracteriza.
La cólera divina, lo más temible de Zeus, pone a Sagitario al borde mismo del concepto divino de la cólera del hombre. Sagitario roza el sentido de la divinidad. Es la Casa de la divinidad. Y esta es la parte más espectacular y llamativa del signo, aunque hay otra, menos brillante, pero igual de interesante: la imagen del Centauro.
Paradójicamente, el signo regido por Júpiter, está representado por un Centauro, ser claramente definido en su mitad hombre, mitad caballo. El Centauro es una puerta de diferenciación, o de entrada, de transferencia entre lo que es puramente material y lo que es espiritual. El caballo del Centauro representa la parte del ser anclada al suelo, a la tierra, todo aquello que forma en sí parte de la materia, también la parte animal del hombre.
Los Centauros eran unos seres lujuriosos y salvajes, conocidos y temidos por sus apetitos incontrolados y su violencia, a excepción del Centauro Quirón.
Pero a la mitad animal del Centauro se une la parte humana, el torso de un hombre que representa el contenido espiritual y mental del ser. El torso humano del Centauro, en el signo sagitariano se acentúa con un elemento mas, un arco, fundamental en su análisis simbólico. Un arco tensado, dirigido hacia arriba, hacia las estrellas y en posición previa al lanzamiento.

El Centauro es la representación de un desarrollo mental

Sobre el caballo (animal relativamente grande, aunque eso no le impide ser veloz.) de nuestra realidad física, firmemente física, atada a este mundo gravitacional, de peso no despreciable. Partiendo de los conocimientos físicos, propios de nuestro mundo, razonamientos muy concretos atados a nuestra naturaleza física y corporal, el Centauro dispone de la cualidad de transportar esa sabiduría sobre un arco que esta a punto de ser lanzado hacia las estrellas.
Es, por tanto, la imagen simbólica de la utopía. Observando tan inmediata posición de tiro, quizás nos preguntemos si el Centauro va a disparar, o no, la flecha hacia las estrellas. Sea cual sea la respuesta, su figura tensando el arco expresa la predisposición humana al sueño: disparar nuestras flechas hacia las estrellas y alcanzar nuestro destino expresado en el gran símbolo mediterráneo del Centauro.